Perros callejeros

Vuelvo a casa.
Atravesando callejones subterráneos que cruzan las avenidas de Kiev veo un panorama desolador.

No soy el único rechazado. No soy el único que está en la calle esta noche. La diferencia es que yo por lo menos tengo un sitio al que dirigirme.

Ya había conocido estos callejones de día. Llenos de ancianos que venden frutas, verduras, algunos pescado, aunque también los hay que venden ropa, guantes, etc. estos callejones son el Mercadona callejero de Kiev. Supuse que al acabar el día recogerían sus cosas y se irían a sus casas.

Es más de la una de la mañana en Kiev. Estaremos a pocos grados sobre 0. Y los perros callejeros buscan cobijo en los callejones para echar una cabezada hasta el día de mañana. Me da por pensar que la cantidad de perros callejeros en una ciudad también da una imagen de cómo es esa ciudad. A lo mejor me equivoco, pero dudo que haya muchos en Beverly Hills.

Pero algo que dice más aún de cómo es un sitio, y que da más pena aún, es ver que no sólo hay perros viviendo en la calle. A pocos metros de donde un pastor alemán fiel amigo de las calles reposa entre la basura, una señora, cuyas arrugas en la cara dibujan una larga vida a sus espaldas, está sentada, a punto de irse a dormir; y un hombre, también de avanzada edad, está dentro de un saco, intentando conciliar el sueño.

Da pena ver que estás abandonado. Que no tienes un dueño o alguien que cuide de ti. Da pena ver que te has de buscar la vida en la calle. Que has de dormir en los callejones subterráneos, cerca de la basura. Todo esto da pena cuando eres un perro. Pero probablemente más pena debe de dar cuando eres un anciano.

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